Hemos tenido la dicha de visitar Viena, la ciudad imperial y musical por excelencia, en un par de ocasiones: en Octubre de 1994 y en Septiembre de 2007.
El Palacio de Belvedere
En la noche, nos llevaron a disfrutar de un concierto con música de Mozart, en El palacio de El Caballero de la Rosa o Palacio Auersperg, donde debutó el famoso compositor, con apenas 6 años de edad. Los músicos interpretaron sus valses y sinfonías, y como amante de la música clásica, me sentí muy emocionada de estar en el mismo palacio donde Mozart tocó.
Finalmente, fuimos a cenar en Grinzing, el pueblito de la viticultura, a 40 Kms de Viena, en una típica taberna, con cena de tres platos y el infaltable vino Heuriger, es decir, el vino verde de la temporada. Respecto a este vino, no puedo menos que decir que “prefiero el vino tinto”. Sin embargo, la música y el ambiente de alegría, aunado al deguste de algunas copas del dichoso vino (en la mesa colocan la botella completa), nos hizo parecer que el vino verde sabe muy bien…
No quiero culminar esta bitácora sin mencionar la belleza de los bosques de Viena en otoño. Recorrerlos acompañados de la música de Strauss, fue una experiencia que vivimos en nuestra primera visita. Era una interminable sucesión de naranjas, rojos, amarillos, verdes y dorados. Era la primera vez que veía tal belleza, sin que se tratara de una fotografía, pues en el trópico, eso no existe. En esa oportunidad nos dirigíamos a Mayerling, a visitar una caverna subterránea con un lago, donde tomamos un barquito que nos paseo por el mismo. La temperatura allí abajo era de 7 grados, pero arriba era de casi cero. A pesar del frío, la espectacularidad de colores que bombardearon mis ojos, me hizo amar el otoño, y por ello es mi estación preferida y en lo posible, planifico todos mis viajes al norte, en Septiembre.
Sin lugar a dudas, Viena es una ciudad para volver una y otra vez.
Hasta la próxima bitácora.